Aravena-González et al. Revista sobre estudios e investigaciones del saber académico
Revista sobre estudios e investigaciones del saber académico, 19 (19), enero /diciembre de 2025 ISSN: 2078-5577 e-ISSN: 2078-7928 2/9
Introducción
La Organización Mundial de la Salud [OMS] (2014)
señala que la salud va más allá de la ausencia de
enfermedad. No es suficiente estar libres de dolencias
físicas, estar saludables implica un estado integral de
bienestar que abarca lo físico, lo mental y lo social.
Esto significa que no se trata de no estar enfermos,
sino de tener una calidad de vida óptima en todos los
aspectos. Por lo tanto, la salud se entiende como un
equilibrio dinámico en el que el cuerpo, la mente y las
relaciones sociales están en armonía, permitiendo a las
personas vivir plenamente y alcanzar su máximo
potencial en todas las áreas de sus vidas.
En la misma línea, Hurtado et al. (2021) señala que el
concepto de salud integral ha evolucionado hacia una
visión global que abarca múltiples dimensiones más
allá de la simple ausencia de enfermedad e incluye
salud mental y emocional, el bienestar social, el
bienestar ambiental y el bienestar espiritual. En el
ámbito emocional, Bisquerra y Pérez (2007) señalan
que una persona debe tener la capacidad para manejar
adecuadamente las emociones posee; estar consciente
de su propio estado emocional. Además, debe tener la
habilidad de discernir sobre el estado del prójimo
respecto a las emociones, la empatía, la regulación, el
autocontrol y la autoeficacia.
La Fundación Chile (2020) destaca la vinculación
entre la salud emocional y física al señalar que el
agotamiento laboral es una sensación de desgaste y
fatiga crónica asociados al estrés, que dificulta la
activación en el trabajo y alcanzar niveles de
desempeño estables. Patlán (2019) enfatiza que la
exposición prolongada a esas situaciones puede
resultar en graves problemas de salud física y
emocional, subrayando la necesidad de abordar este
tema de manera integral en el entorno laboral.
Si bien las afirmaciones anteriores se refieren al
trabajador en general, en el marco de la educación, las
emociones son factores que pueden influir en el
desempeño profesional de educación. Las emociones
están relacionadas con su capacidad para llevar
adelante el quehacer pedagógico de una manera
eficiente. La gestión adecuada de las emociones de los
docentes es esencial para su bienestar y, por ende, en
la calidad de la formación que reciben los discentes.
En el ámbito de la educación inicial, Huaiquinao et al.
(2019) se refiere a que la gestión de las emociones
emerge como un recurso esencial en el desempeño del
rol de los educadores. Esas emociones pueden influir
en una variedad de actitudes y pensamientos,
afectando positiva o negativamente la práctica
pedagógica tanto dentro como fuera del aula.
En el aspecto físico, las educadoras de párvulos,
durante sus jornadas laborales, realizan diferentes
actividades; algunas de ellas demandan un gasto
importante de energía. En Chile, las Bases
Curriculares de Educación Parvularia (Mineduc,
2018) indican que las educadoras de párvulos son
consideradas actores claves que guían el proceso
educativo que ocurre en las salas cuna, jardines
infantiles, escuelas y otros tipos de programas de
atención a niños hasta los seis años. Asimismo, el
Marco para la Buena Enseñanza (Mineduc, 2019)
promueve el juego como estrategia pedagógica
fundamental para suscitar en niños y niñas la
curiosidad y la indagación individual y colectiva.
Todo ello con el fin de ofrecerles oportunidades para
buscar soluciones de forma autónoma y que,
paulatinamente, puedan desarrollar conocimientos y
habilidades. Pero esa estrategia también exige
mantenerse activas durante todo momento, física y
emocionalmente, para poder realizar las diversas
actividades durante largas jornadas laborales.
En esas circunstancias, la salud de las educadoras de
párvulos podría verse comprometida. Exigencias
como la atención constante a las necesidades
emocionales y físicas de los niños y niñas, la gestión
de comportamientos desafiantes (Benavides et al.,
2023) y la planificación de actividades inclusivas,
entre otros factores, podrían generar altos niveles de
estrés y agotamiento, afectado negativamente su salud
física y emocional (Araya et al., 2016; Arteaga et al.,