Jiménez Morales, J. (2024). Interculturalidad en la Educación: paradigmas y propuestas desde una perspectiva crítica.
Revista sobre estudios e investigaciones del saber académico, 18 (18), enero /diciembre de 2024 ISSN: 2078-5577 e-ISSN: 2078-7928 5/12
Posteriormente, el análisis sobre este proceso en
experiencias concretas favorece a la construcción de
una pedagogía intercultural que responda a las
necesidades del entorno (Navarro, 2020).
Como se viene argumentando, la interculturalidad
surge como herramienta para despejar las asimetrías,
las desigualdades y las exclusiones, promoviendo el
entendimiento y la convivencia pacífica entre los
miembros de un lugar concreto (Dietz, 2020). Por
tanto, la educación intercultural no es un fin en sí, sino
un medio que no puede ni debe ajustarse a un manual
de instrucciones. La variedad de contextos y con
intereses sociopolíticos opuestos convierten a la
interculturalidad en un concepto amplio y con diversos
significados (Walsh, 2010a), pero siempre partiendo
de la actitud crítica y la reflexión para transformar el
mundo en un proceso decolonial. Freire enfatizaba que
la reflexión y el diálogo “se imponen como el camino
mediante el cual los hombres ganan significación en
cuanto tales. Por esto, el diálogo es una exigencia
existencial” (Freire, 1970/2019, p.85) y es esta
circunstancia dialógica la que promueve la
interculturalidad cuya interpretación ha de hacerse
desde una mirada antropológica, que facilite
comprender y descifrar las causas de las relaciones
diversas con el fin de valorarlas positivamente
(Hernández, 2009) desde un proceso abierto y
constante de desaprender, lo aprendido,
recíprocamente.
2. Modelos educativos interculturales emergentes
La variedad conceptual de educación intercultural
puede inducir el riesgo de caer en un cierto relativismo
que solamente conlleve el uso perverso del término
desde los estratos situados en la esfera de las
legislaciones educativas neoliberales y eurocéntricas
que incluyen el término intercultural de forma confusa,
presentándolo en sistemas compensatorios dirigidos a
un cierto alumnado racializado, cuya diversidad es un
problema a resolver, tal y como detallaremos en el
apartado siguiente del texto. Por ello, se hace urgente
atender a aquellas experiencias implementadas desde
un enfoque intercultural, sin centrarse demasiado en
sus enunciados y atendiendo más a las prácticas
llevadas a cabo. Jiménez Naranjo (2012) ya advierte de
la escasez de trabajos que se concentren en “los
alcances y límites de aquellas experiencias que han
llegado a implementarse” (p.168). A este respecto, en
todas esas experiencias, hay que tener en
consideración no tanto las diferencias entre los propios
conceptos que se le ha otorgado a la interculturalidad,
sino en el análisis de los diálogos y formas de
negociación que han permitido construir espacios
dependiendo del lugar en el que se haya producido. De
lo contrario, podemos caer en el fracaso denominado
interculturalización fallida. Llanes Ortiz (2008) utiliza
este concepto en el caso de la universidad de Yucatán,
una experiencia malograda debido a que “a veces la
interculturalidad es entendida, construida o practicada,
particularmente por expertos, funcionarios y
burócratas, como si ésta fuera un producto u objetivo
y no como un proceso o método” (p. 60).
Por su parte, Dietz y Mendoza-Zuany (2008) entienden
que, para desarrollar una educación intercultural para
todos, debemos de optar por una definición más
transversal, trascender la dualidad entre lo propio y lo
ajeno para posibilitar un diálogo intercultural. Por el
contrario, si nos atenemos únicamente a la
reivindicación de una noción esencializadora de la
interculturalidad, enfocada para unos núcleos o
comunidades en concreto, el carácter sería más
intracultural. Ejemplo de ello, fue lo que se conoce
como educación intercultural bilingüe en los años
noventa en México, cuyos programas se basaban en la
revaloración de los procesos étnicos, la elaboración de
recursos en lenguas indígenas y la formación de
docentes bilingües, resultando en una fuerte resistencia
debido a la falta de capacitación, la ausencia de
materiales y su deficiente distribución (Jiménez-
Naranjo y Mendoza-Zuany, 2016). No obstante, en la
actualidad el panorama mexicano es bien distinto, ya
que desde los años 2003 al 2020 se han fundado hasta
nueve universidades interculturales en el país que,
desde el punto de vista oficial, “se convierten en
espacios creados con el objetivo de brindar educación
de calidad y de pertinencia cultural” (Dietz y Marcos
Cortés, 2011, p.114) demandados por las comunidades
indígenas para superar las estrategias asimilacionistas
de las políticas educativas. Algunas de ellas son la
Universidad Veracruzana Intercultural, la Universidad
Autónoma Indígena de México y la Universidad
Comunitaria de San Luis Potosí.
Sin embargo, una de las críticas más comunes sobre el
diseño e implementación de instituciones educativas
que lleven a la práctica el enfoque intercultural es que