Jiménez Morales, J. (2024). Interculturalidad en la Educación: paradigmas y propuestas desde una perspectiva crítica.
4/12 Revista sobre estudios e investigaciones del saber académico, 18(18), enero /diciembre de 2024 ISSN: 2078-5577 e-ISSN: 2078-7928
celebra estas interacciones, intercambios e
hibridaciones como deseables (Dietz y Mateos Cortés,
2011, p.143)
Al constatar el interculturalismo como “propuesta de
sociedad” (Walsh, 2010a), para visibilizar y
concienciar sobre la desigualdad, nos convierte a todos
en sujetos políticos, llamados a la acción. En
Latinoamérica, las experiencias interculturales ya no
se enfocan hacia solamente grupos minoritarios e
indígenas o afrodescendientes; no así en el caso de los
gitanos e inmigrantes en el panorama europeo. Ahora,
la posición del educador, desde su visión intercultural,
se debe centrar en cuestionar las estructuras
dominantes desde la interrelación, persiguiendo su
transformación con el fin de promover modos y
condiciones de pensar diferentes basados en la
igualdad y la justicia social. De este modo, la
interculturalidad se define como un proceso continuo,
cambiante; en un proceso de luchas políticas y éticas a
través de una praxis pedagógica y crítica (Walsh, 2005,
2010b). Es precisamente el marco de estas luchas y las
relaciones que se producen en las mismas donde la
pedagogía y la antropología se hibridan, lo que origina
una oportunidad de interpretación de todos aquellos
elementos que definen el concepto de
interculturalidad, los cuales están condicionados
socialmente y en función de la relación con los demás.
Malik y Ballesteros (2015) destacan algunos principios
que caracterizan el concepto de interculturalidad en
función de las relaciones entre personas: el
reconocimiento de la diversidad, la defensa de la
igualdad, el fomento de la interacción, la dinámica de
la transformación social y la promoción de procesos
educativos en base a la equidad. Estas implicaciones,
que definirían los pilares fundamentales de cualquier
currículum intercultural, nos interpelan puesto que
pone a prueba cómo nuestra experiencia cotidiana
dentro y fuera de la escuela construye los
conocimientos desde la comunicación, el diálogo y el
debate sobre los problemas sociales y las posibilidades
de transformación, lo que dota de un carácter de
intersubjetividad a lo intercultural, de tal forma que el
aprendizaje se asume como un logro personal dentro
de un dinamismo social que desentraña las
interpretaciones particulares y construyen un
significado común y específico (Guía Inter, 2006). Así
pues, nos es fácil identificar la deficiencia de los
enfoques interculturales en los currículos oficiales
actuales en Europa y parte de Latinoamérica debido a
la ambigüedad y a la ausencia de oportunidades de
expresión de pensamientos personales y que solamente
obedecen a un modelo colonizador que categoriza y
presenta la diferencia como conflicto y obstáculo.
Alguien interculturalmente competente tiene la
habilidad de considerar las diferencias como virtud,
una oportunidad de construir un escenario común
valorando las particularidades de todos los que nos
encontramos en él, lo que les otorga un sentido
específico y pacífico en base al respeto y a la
cooperación, siendo conscientes de nuestras propias
limitaciones y prejuicios (Baumgartl y Milojevi,
2009). Se trata, en definitiva, de aprender el valor de la
definición que una persona o un grupo atribuye a una
categoría para entablar una relación, un intercambio
que nos permita desarrollar una actitud crítica y
estrategias para resolver conflictos en la vida cotidiana
(Hernández, 2009).
Aguado (2009), explica el enfoque intercultural como
metáfora de la diversidad, es decir, asumir “la
complejidad que caracteriza a las situaciones sociales
y educativas” (p.13), nos permite hallar otras formas
de acción y transformación en educación. Del mismo
modo, Mata y Ávila (2010) se refieren a lo intercultural
como “una mirada hacia la diversidad, una manera de
entenderla y una metáfora para expresarla” (p.16). Esta
necesidad de metaforización que existe en el ámbito de
la educación intercultural es lo que la matiza y la
reconstruye de forma constante acorde a las relaciones
y pensamientos que surgen en diferentes contextos
(Dietz y Mateos Cortés, 2011). Es oportuno aludir no
solo a las metáforas que emanan de las migraciones,
los movimientos sociales e indígenas, sino que en ese
proceso de comprensión y aprendizaje hay que
clarificar igualmente los vínculos que determinan los
procesos de comunicación y diálogo y hacen que las
metáforas se describan de una manera y no de otra,
cuyo contexto específico y los actores que se sitúan en
él como emisores, intermediarios y receptores juegan
un rol interesante. De manera que la búsqueda de
estrategias que se encaminan hacia la coexistencia en
un plano de equidad y justicia social, implica
comprender cómo todas las estructuras y jerarquías se
presentan en nuestros esquemas mentales.